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El gran reto de la evaluación

 


    Uno de los grandes retos actuales del sistema universitario son los procesos de evaluación. Si bien este tema siempre ha sido objeto de controversia, los instrumentos que utilizamos para evaluar ¿realmente tienen la capacidad de capturar el proceso de aprendizaje del alumno? Y más aún, ¿el nivel en que ha profundizado?

Si bien la elección de un sistema u otro es ya de por sí es complicada, el contexto actual de pandemia ha puesto otra vez este tema en el epicentro del debate. Una clara evidencia son los muchos foros, seminarios, cursos y formaciones “exprés” que las universidades (generalmente a través de sus institutos de ciencias de la educación) han puesto a disposición del profesorado (complementado la ya habitual oferta para la mejora de la docencia), en su intento de aportar alternativas y señalar posibles directrices.

En un post de hace un año, María del Mar Camacho planteaba la nueva realidad de la docencia online y la complejidad de implementar un sistema de evaluación en remoto que fuese relevante, adaptable y fundado en los principios de integridad y justicia académica. Precisamente este último punto ha sido el gran desafío. Todos sabemos de casos (si es que no son nuestros) de deshonestidad por parte de los alumnos, tal y como apuntaba Neila Campos en una entrada reciente. Justo ahora que se cumple poco más de un año del inicio del confinamiento, es buen momento para reflexionar sobre lo que hemos aprendido.

¿Qué significa evaluar?

Para poder llegar a alguna conclusión lo primero que debemos hacer es plantearnos el significado de la evaluación. Dado que la educación trata de producir un cambio en el sujeto (de conocimientos, competencial, de actitud), la evaluación debería consistir en poder medir estos cambios y valorar si lo que observamos está en consonancia con los objetivos formativos que nos habíamos planteado al inicio del proceso de enseñanza-aprendizaje. En otras palabras, se trata de comparar el nivel alcanzado por el alumno en relación con unos estándares.

Existe el riesgo, sin embargo, de considerar la evaluación como un fin en sí misma. En realidad, la evaluación no debería ser más que un instrumento al servicio de la comunidad educativa.

Un programa docente, por su parte, debería estar diseñado de tal manera que el alumno no pudiera terminarlo sin haber aprendido. Las actividades que lo integran deberían asegurar que si un alumno las completa, cuando llegue el final de curso habrá aprendido, habiendo así alcanzado los objetivos formativos. Esta debería ser la aspiración de todo docente al diseñar una asignatura.

Este hecho implica incorporar en las asignaturas un sistema de evaluación (o retroalimentación) cuya finalidad es la de informar a los alumnos de sus aciertos, errores o lagunas. Así mismo debería facilitárseles las herramientas, mecanismos y materiales necesarios para que puedan superar las deficiencias detectadas y poder llegar a los resultados de aprendizaje previstos. Por otro lado, la información recabada debería iniciar un proceso de reflexión en el profesorado que le permita reajustar las actividades formativas en función de los avances de los alumnos.

Los últimos cambios

No cabe duda de que la evaluación es uno de los temas que más preocupa a la comunidad universitaria (p.ej., docentes, alumnado, gestores educativos, etc.). No hay más que ver la gran cantidad de normativas académicas y debates en los que se intenta llegar a un consenso para regularla. Sea cual sea el método de evaluación, debe asegurarse que la información que se da al alumno sobre su progreso es significativa, en el sentido de que le aporta una crítica constructiva sobre su proceso de aprendizaje y le orienta sobre cómo mejorar.

La implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y en particular la adopción del sistema europeo de créditos (ECTS) ha sido un estímulo magnífico para revisar los métodos docentes y de evaluación. Así mismo, la actual situación de pandemia con una docencia online y/o híbrida ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre el verdadero objetivo de la evaluación y a cuestionar la idoneidad de los métodos actuales.

Tendencias actuales en los sistemas de evaluación

El concepto de evaluación ha evolucionado y sigue evolucionando en consonancia a los cambios que se producen en el proceso enseñanza-aprendizaje. La tendencia actual pasa por un aprendizaje centrado en la figura del estudiante, en el que se pretende que el alumno sea cada vez más consciente de su propio progreso.

La consecuencia de esta aproximación es la introducción de metodologías activas en las que el alumno asume el papel de protagonista y el profesor adopta un rol secundario como facilitador del aprendizaje. A su vez, estas metodologías requieren de un seguimiento continuado del alumno, tanto de sus esfuerzos y progresos dentro del aula como fuera. Es así como nos encontramos ante una evaluación que es continuada a lo largo de todo el proceso educativo (o dentro de una asignatura) y que obliga al profesorado a no focalizarse únicamente en lo que el estudiante aprende, sino también en cómo lo aprende.

Tipos de evaluación

El debate está servido, y las opciones de evaluación son múltiples:

  • Diagnóstica: permite conocer en qué grado los estudiantes dominan o conocen un determinado aprendizaje antes de iniciar el trabajo en él. Su uso es especialmente interesante para, una vez se conoce cuánto saben los alumnos, adaptar el proceso de enseñanza a sus necesidades.
  • Formativa: tiene lugar durante el proceso de enseñanza-aprendizaje. Este tipo de evaluación aporta información sobre las dificultades pero también los progresos de los estudiantes. A partir de aquí, el docente debería reorientar su estrategia docente y hacer los ajustes necesarios para asegurar que una vez terminado el periodo formativo, los estudiantes son capaces de alcanzar los objetivos de aprendizaje.
  • Sumativa: evalúa procesos de aprendizaje terminados. Se trata de certificar, generalmente mediante una calificación, los aprendizajes logrados por los alumnos.

Cada una de ellas tiene sus ventajas e inconvenientes, no habiendo una mejor que otra. A su vez, se pueden articular de formas diversas en función de a quién le recae la responsabilidad de efectuar dicho ejercicio de evaluación (i.e., al propio alumno, a los compañeros, al profesor, a un agente externo). La dificultad recae en encontrar un equilibrio en su uso combinado y priorizar una u otra según el tipo de actividad y el propósito de la misma.

Interrogantes clásicos sobre el sistema de evaluación

Llegados a este punto, nos debemos preguntar: ¿Qué queremos evaluar? ¿Por qué queremos evaluar esto? ¿Qué instrumentos tengo para ello? ¿Me permiten estos instrumentos “medir” bien el desempeño del alumno? ¿Cuándo tengo que evaluar?

Qué evaluamos

Las respuestas a las dos primeras preguntas las deberíamos encontrar en los resultados de aprendizaje que persigue la asignatura en cuestión. Esto incluye no solo evaluar los contenidos relacionados con las competencias técnicas, sino también otros aspectos que forman parte del proceso de aprendizaje:

  • la destreza del alumno al aplicar los conocimientos aprendidos,
  • cómo resuelve los problemas, cómo expone las ideas,
  • cómo analiza, valora y toma decisiones en un entorno profesional, etc.

Es decir, el nivel de domino de las competencias transversales. Sin duda alguna la concreción de un sistema de evaluación es complejo, y debería incorporar distintos tipos de evidencias para no perder información sobre el proceso de aprendizaje de los estudiantes.

Cómo evaluamos

Encontrar respuesta a las preguntas tres y cuatro ya es más complicado. ¡No será por instrumentos! Si para una docencia presencial ya teníamos multitud de opciones, las alternativas se multiplican cuando nos movemos en un entorno online.

Sea cual sea el formato de impartición de la docencia, lo importante es alinear la evaluación con las metodologías docentes empleadas. Cada actividad formativa que se realiza dentro y fuera del aula debe tener un propósito y es necesario determinar si al llevarla a cabo conseguimos el propósito que nos habíamos marcado. No digo que tengamos que calificar todas y cada una de las actividades, pero sí incorporar mecanismos que nos permitan recoger información.

En este sentido la evaluación formativa puede ser más que suficiente. Al elegir un instrumento deberemos preguntarnos si su uso garantiza la obtención de información válida y fiable, intentando reducir al máximo el margen de error en los datos que nos proporcione.

De los comentarios anteriores se desprende que la cronología de la evaluación está íntimamente ligada con el proceso formativo, por lo que no puede ejecutarse en un momento puntual. Podemos mantener una evaluación al final del periodo pero necesitamos introducir mecanismos durante el proceso para ir contrastando el nivel de aprendizaje alcanzado.

Conclusiones

Para que la evaluación sea significativa debemos entenderla en su amplio contexto, y cuando se piense en su diseño vincularla tanto a los resultados de aprendizaje esperados como a las actividades formativas que se seguirán a lo largo del curso. No hay fórmula mágica, pero sí podemos tener en mente el triángulo objetivos-metodología-evaluación, donde cada uno de los vértices conecta con los demás.

Una evaluación debe ser útil, es decir, que aporte información sobre los puntos fuertes y débiles y proporcione orientación para la mejora. También debe ser viable. Aquí entra en juego el contexto de cada asignatura, los recursos de los que se dispone y la posibilidad de ponerla en práctica.

Finalmente, pero no por ello menos importante, la evaluación debe ser ética, en el sentido que haya transparencia por los dos lados: el alumno no realiza acciones fraudulentas para falsear lo que pretende demostrar que sabe y el profesor califica las pruebas de evaluación en base a unos criterios públicos y previamente discutidos con los alumnos.

Un último apunte. A la hora de diseñar un sistema de evaluación hay que pensar en cómo será el día a día de los alumnos una vez graduados y se desempeñen en su entorno profesional. Ciertas profesiones requieren que los egresados tengan la capacidad de recordar mucha información (p.ej., abogados, médicos). Sin embargo, en otras disciplinas primará la capacidad de saber buscar información y actualizarse constantemente porque la tecnología avanza rápido y los conceptos o herramientas quedan obsoletos en poco tiempo. En otras palabras, no debemos juzgar de forma tajante ciertas estrategias evaluativas (hacer/no hacer examen final, incluir un examen tipo test, etc.). Nuestro deber como profesores es “entrenar” a nuestros alumnos para que su desempeño profesional responda a las demandas de la sociedad.

Fuente: Jasmina Berbegal Mirabent . Universitat Internacional de Catalunya

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