Repensar la educación después de la pandemia
La crisis por el coronavirus ha dejado un contexto de incertidumbre en la economía y la sociedad pero también en la educación. Enseñar y aprender en un contexto de emergencia, sin escuelas ni profesores, es uno de los retos más difíciles para las entidades educativas. El informe Miradas 2021, de la Organización de Estados Iberamericanos (OEI), pone de manifiesto la necesidad de repensar los sistemas educativos ante la pandemia y centrar los esfuerzos en el aprendizaje de competencias, es decir, aplicar el saber aprendido. La directora de Educación de la OEI, Tamara Díaz, señala que hay una contradicción en los objetivos del aprendizaje y la evaluación del conocimiento de los alumnos, cuyo currículum está saturado. “Se dice que se está evolucionando en metodología: son más participativos en los trabajos en grupo y en aprender a través de proyectos, pero lo que permite pasar de curso es un examen para saber la respuesta correcta”. Además, el documento concluye que los docentes necesitan formación para poder enseñar a distancia competencias con herramientas digitales.
En la zona de América Latina la pandemia se cebó especialmente con los alumnos. Son 156 millones de estudiantes latinoamericanos los afectados por la suspensión de las clases, según cifras de la Unesco. Esta organización internacional teme que 24 millones de alumnos de todos los niveles en el mundo abandonen escuela por los cierres de los ciclos escolares causados por el coronavirus. Díaz indica que este año hay una oportunidad para repensar los sistemas educativos. “La situación de pandemia obliga a ello en cierta manera”, ha señalado la coordinadora quien apunta a concretar el aprendizaje en las competencias más esenciales.
Además, uno de los primeros hallazgos del informe es que no existe una definición para competencias en educación pese a ser el término en el que se basan todos los objetivos educativos. “No hay claridad a la hora de establecer lo que entendemos por competencias”, señala Díaz. En su definición, una competencia educativa es aplicar el conocimiento, no saber de memoria un dato. Algunos ejemplos son las competencias comunicativas al saber expresarse o las competencias emocionales que se muestran con una buena gestión de emociones y asertividad. Aun así, llevarlo a la práctica es más complicado. “Todavía hay mucha dificultad para evaluar las competencias. Con los centros cerrados y sin tecnología la dificultad es mayor”, admite Díaz.
Por lo tanto, la pandemia ha forzado a que muchos padres tengan que convertirse en profesores de sus hijos mientras los colegios siguen sin actividad. Por ello, una de las soluciones a considerar es la de reducir el aprendizaje a las competencias esenciales. Díaz explica que se trata de “conectar asignaturas” para reducir el grosor del currículum educativo. Este método “nos lleva a cuestionarnos si todo lo que estamos enseñando lo necesitan los alumnos y vemos que no, que hay mucho aprendizaje memorístico” sobre contenido de poca utilidad. Díaz defiende que no es tanto la cantidad de materia, sino la forma en la que se trabaja, y apela a la interdisciplinaridad como solución. “Dividimos el conocimiento en asignaturas, pero responde a una lógica de organización del XIX, cuando se institucionalizó la educación y se fragmentó el conocimiento”, relata. Una fórmula para resolver ese sistema es “tratando de romper la fragmentación de asignaturas”, ya que hay mucha materia separada que se puede conectar.
Indicar que basar la enseñanza en aprendizaje práctico o competencias pone en tela de juicio el sistema de evaluación. “Si estás evaluando que el alumno te diga la respuesta correcta, le tienes que preparar para eso en vez de para que entienda los conceptos y pueda aplicarlos”, incide Díaz. Por ello, la materia teórica que enseñan los centros debe estar vinculada a la práctica para que los exámenes sirvan para acercar el conocimiento con casos prácticos. Los profesores son un rol fundamental en esta tarea, ya que antes de enseñar o evaluar competencias deben aprenderlas. “Todos los países tienen como prioridad principal la formación de los docentes pero queda mucho por hacer”, reconoce Díaz. La demanda más evidente es la de competencias digitales. “Saber dar clase a través de esa tecnología demanda de formación pero los profesores no cuentan con los recursos necesarios”, indica la coordinadora, quien subraya que la brecha digital afecta a muchos profesores y alumnos. No en el acceso sino en el uso de las herramientas digitales. “No es lo mismo usar la tecnología para ver Netflix que hacer uso de ella para saber dar clase. Están teniendo que improvisar y muchos recurren a videos de como dar una clase y subirla a Internet”, sentencia.
Fuente: El País/México
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