La escuela rural como laboratorio permanente de proyectos educativos
Entrevista realizadas por Victor Juan (Profesor de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación y Director del Museo Pedagógico de Aragón.)
Teresa Fontoba Maza. Maestra el CEIP Virgen del Portal de Maella.
«Una maestra debe estar abierta a todo lo que le
rodea, debe pasar por la vida mirando con atención a su alrededor».
Después de trabajar durante más de dos
décadas en formación del profesorado, sé que formar maestros es una tarea
compleja. También sé que los buenos maestros saben mirar el mundo con ojos
siempre nuevos y eso es lo que hace Teresa Fontoba (Barcelona, 1958) desde que traspasó
las puertas de su primera escuela.
Naciste
y estudiaste en Barcelona…
Como muchos aragoneses, mis padres se
trasladaron a Barcelona por motivos laborales. Allí nací y allí transcurrió mi
escolaridad y mi formación universitaria, pero mi vida siempre ha estado ligada
a Caspe. Me siento caspolina y aragonesa. Mi familia me transmitió el cariño
hacia esta tierra y, sobre todo, la ilusión de poder volver algún día. En Caspe
han tenido lugar los acontecimientos más importantes de mi vida. Aquí conocí a
Antonio, me casé, nació nuestra hija,
construimos nuestra casa…
Y
cómo fue tu infancia…
Mi infancia en
Barcelona fue muy feliz. Tuve la suerte de vivir en la calle Platería, en el
barrio Gótico. Esta circunstancia despertó en mí estímulos culturales y
estéticos muy importantes. Pero en Caspe, a través del juego en la calle o
simplemente tomando la fresca por la noche, aprendí el significado de la
convivencia y el valor de compartir.
¿Por
qué decidiste estudiar magisterio?
Siempre me ha gustado
enseñar, explicar, conversar... En el colegio contaba historias y me encantaba
ayudar a estudiar a otras compañeras. Cuando tuve que decidir mi futuro no dudé:
quería ser maestra. Me parecía un trabajo muy importante, de gran compromiso
social. En 1975 inicié mis estudios de magisterio en la Escola Universitària de
Mestres de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Sant Cugat. El momento y el
lugar marcaron profundamente mi concepción de la enseñanza y mi trayectoria
como maestra.
¿Por
qué fue tan importante esa escuela?
Respondía a un ambicioso proyecto de
renovación pedagógica. La mayoría de los valores y principios que allí se
transmitían siguen vigentes. Gran parte del profesorado daba clase en l’Escola d’estiu
o en algunas de las escuelas activas, escribía libros y estaba comprometido
políticamente. Recuerdo nombres como Pilar Benejam, Carme Sala y Teresa Eulàlia.
Era un centro abierto a la sociedad. Continuamente acudían personalidades a
impartir conferencias y talleres. El objetivo principal era formar maestros con
ilusión y compromiso para renovar la escuela.
¿Cuándo
empezaste a dar clase?
Acabé magisterio en
junio de 1978. En septiembre ya estaba trabajando en una escuela privada, en un
barrio de Barcelona. Las instalaciones eran pésimas. Llegué con mucha ilusión,
con una maleta llena de proyectos e ideas. El choque con la realidad fue
tremendo. Un año después ingresé en la escuela pública.
Mi primer destino fue un centro de Educación Infantil, cerca del Borne, en el
que los padres estaban muy involucrados. Contaba con unas instalaciones
magníficas y abundante material pedagógico. Aprendí mucho y la ayuda de mis
compañeras fue fundamental.
¿Y
después?
Pasé por muchas escuelas (Igualada, Gavà,
Hospitalet de Llobregat y muchas más en Barcelona). Guardo recuerdos
entrañables de todas. Uno de los destinos que recuerdo con más cariño es
Caspe… Allí estuve dos años. Mantuve una
estrecha relación con los padres, siempre dispuestos a colaborar. Sin embargo,
nuestros planes de residir definitivamente en Aragón se truncaron, ya que
Antonio, que también es maestro, no consiguió el traslado. Y volvimos a
Cataluña.
¿Otra
vez de escuela en escuela?
No, permanecí ocho años en el colegio
Sant Julià de Sabadell. Era el momento de la implantación del catalán como
única lengua vehicular en la escuela. Me vi obligada a impartir las clases en esa
lengua. No fue fácil para mí, no me sentía segura y sobre todo, no estaba de
acuerdo con que no se respetara la lengua materna como canal de comunicación. A
pesar de ello, fueron unos años magníficos. Había muy buen ambiente entre los
maestros y eso repercutía en el funcionamiento de la escuela.
¿Hay
algún acontecimiento que recuerdes especialmente?
La huelga de enseñanza no universitaria de
1988, una movilización histórica del profesorado que reivindicaba la dignidad
de los maestros. A la concentración en Madrid acudieron maestros de todas las
comunidades de España. Todo eran abrazos, intercambio de pegatinas, lágrimas...
Durante la manifestación José Antonio Labordeta leyó un comunicado. Me emocioné
mucho al escucharle y pensé: «Nunca jamás volveré a vivir como maestra un
momento como este». Los años me han dado la razón.
¿Qué
consecuencias tuvo esa huelga?
Se consiguieron cosas muy importantes
como la implantación de aulas de tres años, la bajada de las ratios, la homologación
del profesorado con el resto de funcionarios o el reconocimiento de sexenios. Incluso
se logró que el dinero correspondiente a los descuentos aplicados a los
maestros por la huelga se ingresara en las cuentas de los centros. Así pudimos
comprar en nuestra escuela la primera fotocopiadora.
¿Cuándo
volviste a Aragón?
En 1995 me destinaron a Maella y aquí
sigo porque las condiciones de la escuela y el respaldo y el cariño que he
recibido me han permitido llevar a cabo los proyectos que siempre había
deseado. Cuando la administración implantó la gratuidad de libros de texto,
planteó también una alternativa para trabajar sin ellos. Se asignaba a los
ciclos que se acogieran a este sistema dinero para comprar libros de consulta y
material para el aula. Mi compañera Mª Jesús Lacruz y yo nos lanzamos a
trabajar así en el curso 2004-2005 en el primer ciclo. Fue apasionante. La
experiencia se ha mantenido durante estos años a pesar de la supresión del
programa de gratuidad. Hoy es una de las señas de identidad de la escuela de
Maella.
¿Da
vértigo trabajar sin libros? ¿Os costó convencer a los padres?
En nuestro caso, no. No nos lanzamos al
vacío. Contábamos con la seguridad que proporciona la formación, la
experiencia, la amistad entre dos compañeras y sobre todo la ilusión. Gozábamos
de la confianza de los padres, llevábamos tiempo en Maella. Les contagiamos
nuestro entusiasmo y se involucraron en el proyecto participando activamente.
La satisfacción superó con creces el enorme esfuerzo que supuso esta aventura.
Ya no sabría trabajar nuevamente con libros de texto.
¿Qué
es para ti la innovación?
La innovación es inherente a la
educación. La escuela está en continuo movimiento (nuevos alumnos, nuevas
situaciones) y eso nos obliga a ser creativos. Tenemos la obligación de
mejorar, buscar, aprender. Es importante actualizar
nuestros recursos y utilizar las nuevas
tecnologías, pero la innovación no reside en eso. Con un simple papel y un
lápiz podemos ser innovadores también.
¿Cómo
podemos mejorar la educación?
Es necesario que en este país se hable de
educación de una forma sosegada. Hay que escuchar a los docentes. Hace falta un
proyecto educativo a largo plazo, fruto del consenso político. Un proyecto
adaptado a nuestra realidad, que no pretenda dar respuesta a estadísticas e
informes que corresponden a modelos sociales determinados.
¿Goza
nuestro sistema educativo de buena salud?
Me ofende enormemente cuando se habla
negativamente de nuestro sistema educativo. A pesar de los defectos, a pesar de
todo lo que hay que mejorar, nadie puede cuestionar el gran esfuerzo y la
ilusión que los maestros y maestras han hecho por renovar la educación. Nadie
recuerda que no hace tantas generaciones la gente no sabía leer ni escribir.
¿Qué
es lo más importante de tu trabajo como maestra?
Una maestra debe estar
abierta a todo lo que le rodea, debe pasar por la vida mirando con atención a
su alrededor, eso le enriquece y es lo que debe transmitir a sus alumnos: la
curiosidad, la necesidad de mirar, investigar y descubrir.
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