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La escuela rural como laboratorio permanente de proyectos educativos



 Entrevista realizadas por Victor Juan (Profesor de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación y Director del Museo Pedagógico de Aragón.)


He escrito en más de una ocasión que la escuela rural aragonesa ha sido el laboratorio en el que se han gestado algunos de los proyectos educativos más trascendentes de los últimos treinta años. Basta pensar en el programa «Leer juntos» que pusieron en marcha Carmen Carramiñana y Merche Caballud en Ballobar, en las pizarras digitales de José Antonio Blesa en la escuela de Ariño, en el fructífero trabajo de los Centros Rurales de Innovación Educativa o en la dedicación a la biblioteca escolar de Mariano Coronas durante cuatro décadas en Fraga. Son los maestros quienes, con su manera de entender su trabajo explican la escuela, las innovaciones, los éxitos o los fracasos de las reformas. Como sostenía Manuel B. Cossío, el maestro es lo que más importa. Por eso es esencial recuperar la mirada discreta y prudente de maestros que han trabajado un día tras otro durante cuarenta años, maestros que han empezado de nuevo cada septiembre como si fuera el primer septiembre, con un compromiso renovado, manteniendo la ilusión intacta. Los maestros que participaron en la fundación de la Escuela de Verano de Aragón decían que querían cambiar la escuela y querían cambiar el mundo. Los años setenta fueron unos años apasionantes. Había que recuperar una trayectoria pedagógica interrumpida por la guerra civil y por la dictadura. Hoy es más necesario que nunca recuperar esa pasión por la escuela y, junto a ella, el convencimiento de que la educación es un instrumento de transformación de la sociedad.

 Entrevista :

 


Teresa Fontoba Maza. Maestra el CEIP Virgen del Portal de Maella.

«Una maestra debe estar abierta a todo lo que le rodea, debe pasar por la vida mirando con atención a su alrededor».

 

Después de trabajar durante más de dos décadas en formación del profesorado, sé que formar maestros es una tarea compleja. También sé que los buenos maestros saben mirar el mundo con ojos siempre nuevos y eso es lo que hace Teresa Fontoba (Barcelona, 1958) desde que traspasó las puertas de su primera escuela.

 

Naciste y estudiaste en Barcelona…

Como muchos aragoneses, mis padres se trasladaron a Barcelona por motivos laborales. Allí nací y allí transcurrió mi escolaridad y mi formación universitaria, pero mi vida siempre ha estado ligada a Caspe. Me siento caspolina y aragonesa. Mi familia me transmitió el cariño hacia esta tierra y, sobre todo, la ilusión de poder volver algún día. En Caspe han tenido lugar los acontecimientos más importantes de mi vida. Aquí conocí a Antonio, me casé,  nació nuestra hija, construimos nuestra casa…

 

Y cómo fue tu infancia…

Mi infancia en Barcelona fue muy feliz. Tuve la suerte de vivir en la calle Platería, en el barrio Gótico. Esta circunstancia despertó en mí estímulos culturales y estéticos muy importantes. Pero en Caspe, a través del juego en la calle o simplemente tomando la fresca por la noche, aprendí el significado de la convivencia y el valor de compartir.

¿Por qué decidiste estudiar magisterio?

Siempre me ha gustado enseñar, explicar, conversar... En el colegio contaba historias y me encantaba ayudar a estudiar a otras compañeras. Cuando tuve que decidir mi futuro no dudé: quería ser maestra. Me parecía un trabajo muy importante, de gran compromiso social. En 1975 inicié mis estudios de magisterio en la Escola Universitària de Mestres de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Sant Cugat. El momento y el lugar marcaron profundamente mi concepción de la enseñanza y mi trayectoria como maestra.

¿Por qué fue tan importante esa escuela?

Respondía a un ambicioso proyecto de renovación pedagógica. La mayoría de los valores y principios que allí se transmitían siguen vigentes. Gran parte del profesorado daba clase en l’Escola d’estiu o en algunas de las escuelas activas, escribía libros y estaba comprometido políticamente. Recuerdo nombres como Pilar Benejam, Carme Sala y Teresa Eulàlia. Era un centro abierto a la sociedad. Continuamente acudían personalidades a impartir conferencias y talleres. El objetivo principal era formar maestros con ilusión y compromiso para renovar la escuela.

 

¿Cuándo empezaste a dar clase?

Acabé magisterio en junio de 1978. En septiembre ya estaba trabajando en una escuela privada, en un barrio de Barcelona. Las instalaciones eran pésimas. Llegué con mucha ilusión, con una maleta llena de proyectos e ideas. El choque con la realidad fue tremendo. Un año después ingresé en la escuela pública. Mi primer destino fue un centro de Educación Infantil, cerca del Borne, en el que los padres estaban muy involucrados. Contaba con unas instalaciones magníficas y abundante material pedagógico. Aprendí mucho y la ayuda de mis compañeras fue fundamental.

¿Y después?

Pasé por muchas escuelas (Igualada, Gavà, Hospitalet de Llobregat y muchas más en Barcelona). Guardo recuerdos entrañables de todas. Uno de los destinos que recuerdo con más cariño es Caspe…  Allí estuve dos años. Mantuve una estrecha relación con los padres, siempre dispuestos a colaborar. Sin embargo, nuestros planes de residir definitivamente en Aragón se truncaron, ya que Antonio, que también es maestro, no consiguió el traslado. Y volvimos a Cataluña.

 

¿Otra vez de escuela en escuela?

No, permanecí ocho años en el colegio Sant Julià de Sabadell. Era el momento de la implantación del catalán como única lengua vehicular en la escuela. Me vi obligada a impartir las clases en esa lengua. No fue fácil para mí, no me sentía segura y sobre todo, no estaba de acuerdo con que no se respetara la lengua materna como canal de comunicación. A pesar de ello, fueron unos años magníficos. Había muy buen ambiente entre los maestros y eso repercutía en el funcionamiento de la escuela.

 

¿Hay algún acontecimiento que recuerdes especialmente?

La huelga de enseñanza no universitaria de 1988, una movilización histórica del profesorado que reivindicaba la dignidad de los maestros. A la concentración en Madrid acudieron maestros de todas las comunidades de España. Todo eran abrazos, intercambio de pegatinas, lágrimas... Durante la manifestación José Antonio Labordeta leyó un comunicado. Me emocioné mucho al escucharle y pensé: «Nunca jamás volveré a vivir como maestra un momento como este». Los años me han dado la razón.

 

¿Qué consecuencias tuvo esa huelga?

Se consiguieron cosas muy importantes como la implantación de aulas de tres años, la bajada de las ratios, la homologación del profesorado con el resto de funcionarios o el reconocimiento de sexenios. Incluso se logró que el dinero correspondiente a los descuentos aplicados a los maestros por la huelga se ingresara en las cuentas de los centros. Así pudimos comprar en nuestra escuela la primera fotocopiadora.

 

¿Cuándo volviste a Aragón?

En 1995 me destinaron a Maella y aquí sigo porque las condiciones de la escuela y el respaldo y el cariño que he recibido me han permitido llevar a cabo los proyectos que siempre había deseado. Cuando la administración implantó la gratuidad de libros de texto, planteó también una alternativa para trabajar sin ellos. Se asignaba a los ciclos que se acogieran a este sistema dinero para comprar libros de consulta y material para el aula. Mi compañera Mª Jesús Lacruz y yo nos lanzamos a trabajar así en el curso 2004-2005 en el primer ciclo. Fue apasionante. La experiencia se ha mantenido durante estos años a pesar de la supresión del programa de gratuidad. Hoy es una de las señas de identidad de la escuela de Maella.

 

¿Da vértigo trabajar sin libros? ¿Os costó convencer a los padres?

En nuestro caso, no. No nos lanzamos al vacío. Contábamos con la seguridad que proporciona la formación, la experiencia, la amistad entre dos compañeras y sobre todo la ilusión. Gozábamos de la confianza de los padres, llevábamos tiempo en Maella. Les contagiamos nuestro entusiasmo y se involucraron en el proyecto participando activamente. La satisfacción superó con creces el enorme esfuerzo que supuso esta aventura. Ya no sabría trabajar nuevamente con libros de texto.

 

¿Qué es para ti la innovación?

La innovación es inherente a la educación. La escuela está en continuo movimiento (nuevos alumnos, nuevas situaciones) y eso nos obliga a ser creativos. Tenemos la obligación de mejorar, buscar, aprender. Es importante actualizar nuestros recursos y  utilizar las nuevas tecnologías, pero la innovación no reside en eso. Con un simple papel y un lápiz podemos ser innovadores también.

 

¿Cómo podemos mejorar la educación?

Es necesario que en este país se hable de educación de una forma sosegada. Hay que escuchar a los docentes. Hace falta un proyecto educativo a largo plazo, fruto del consenso político. Un proyecto adaptado a nuestra realidad, que no pretenda dar respuesta a estadísticas e informes que corresponden a modelos sociales determinados.

 

¿Goza nuestro sistema educativo de buena salud?

Me ofende enormemente cuando se habla negativamente de nuestro sistema educativo. A pesar de los defectos, a pesar de todo lo que hay que mejorar, nadie puede cuestionar el gran esfuerzo y la ilusión que los maestros y maestras han hecho por renovar la educación. Nadie recuerda que no hace tantas generaciones la gente no sabía leer ni escribir.

 

¿Qué es lo más importante de tu trabajo como maestra?

Una maestra debe estar abierta a todo lo que le rodea, debe pasar por la vida mirando con atención a su alrededor, eso le enriquece y es lo que debe transmitir a sus alumnos: la curiosidad, la necesidad de mirar, investigar y descubrir.

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