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La elección de una universidad para tu hijo


Tras toda una vida dedicado a la investigación y docencia universitarias, cada año, y siempre lógicamente en esta época, me veo obligado a contestar a la pregunta del título. El halago de quienes esperan una honrada y experta respuesta, se contrapone con el peso de la responsabilidad que la misma conlleva. En los últimos quince años vengo observando cómo la preocupación de los padres va aumentando notablemente, lo cual parece razonable debido -entre otras muchas cosas- a la proliferación tanto de universidades, públicas y privadas en España, como de nuevas titulaciones.
Es inevitable que uno se mire a sí mismo y trate de exportar su propia experiencia, pero pronto se da cuenta de lo mucho que ha cambiado este país en demasiado poco tiempo. Entonces teníamos claro que la universidad soñada debería estar suficientemente alejada de las faldas de la mesa de camilla que cobijaba nuestras piernas para ver la tele, cosa que ahora parece estar fuera de onda. Y es que la mejor universidad, como siempre se ha dicho, es la de la vida. Hoy, cada alcalde quiere tener una universidad en su municipio y cada rector quiere ofertar todas las carreras del mundo, así que cada joven sólo aspira a disponer de coche propio para hacer exactamente lo mismo que en el instituto, pero ahora con la mayoría de edad, tal como el Tratado de Bolonia, erróneamente, predica y, gregariamente, los rectores aplican.
Dicho el preámbulo, ya es hora de publicar mi receta. Previamente informo a mi demandante que, como ciudadano de la Unión Europea, debe saber cuáles son las mejores universidades de nuestro entorno y, precisamente, las españolas no están entre ellas. Perfecto, querido lector, ya sé lo que me va a decir, pero he cumplido con mi obligación. De inmediato surge la disyuntiva pública/privada. La duda ofende: pública, rotundamente, salvo que ocurra lo que cada vez es más habitual, esos papás que, equivocada o resignadamente, me dicen «es que mi hijo no da para más y como quiero que tenga un titulito, pues que vaya a la privada, que estará más controlado». Bien, lo entiendo, como también a quienes por unas poquitas décimas no pueden cursar los estudios apetecidos en las públicas. Que se preparen el bolsillo.
A continuación, en primer lugar y ya en España, por muy cercana y buena que sea la universidad de su pueblo, y aún ofertando la carrera que el joven quiera cursar, debería animarle a alejarse 300 km, como poco. Sí, es costoso, lo sé, pero hay muchas becas y ayudas. En segundo lugar, queridos padres, sería conveniente huir de las universidades generalistas, las que imparten todos los títulos habidos y por haber, pues ya se sabe que quien mucho abarca, poco aprieta. Hay que buscar las universidades que han preferido focalizar sus esfuerzos en carreras muy determinadas.
En tercer lugar, y ya con un pequeño ramillete de las más de 70 universidades españolas, es fundamental conocer el ambiente investigador de la facultad donde el joven se va a integrar, al menos cuatro años, pues aquella atmósfera lo envolverá y pronto descubrirá que la formación que está recibiendo se puede equiparar con el nivel de cualquier universidad del máximo prestigio.

Finalmente, aunque debería ser el punto cero y más importante, si el joven es mayor de edad para votar, también lo debe ser para trabajar ocho horas diarias, cosa que hay que exigirle desde el primer instante. Si este punto funciona, queridos padres, los otros son obvios, pero debemos reconocer que, en este aspecto, no estamos dando el do de pecho.

Vía: Angel Fernandez Izquierdo. Catedrático Uniersidad Murcia. La Verdad

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