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Docencia con decencia


Ser docente universitario en el Perú requiere una sobredosis de decencia porque con tan poca paga diariamente hay que practicar el equilibrio en la cuerda floja. Finalmente acabamos haciendo de todo con un asombroso brío que solo procura ese afán por compartir experiencias nuevas y conocimientos con tan variada especie de alumnos. Estudiosos y aprovechados aunque la pobreza nos les permita acceder a bibliografía fresca, menos aplicados pero pragmáticos porque lo aprendido, según su sentido de las cosas, no tiene aplicación. Otros son los divorciados del estudio. Parecen pero no son estudiantes. Son turistas inoportunos a los que sus padres envían a la U cuando el colegio se les agotó como inmediato recurso para sacarlos de la casa. Están ahí cuando deberían estar en el más allá de los inconsolables estúpidos.


Como las necesidades son urgentes y nuestros emprendimientos inagotables acabamos con deudas en los bancos, en las cajas y en todo monte de piedad en donde haya dinero fresco. Nuestra vida empieza con una gigantesca ilusión por conquistar el mundo. Como las escobas nuevas, plenas de motivación, nos apropiamos de esa misión trascendente de impartir conocimiento. Aunque un traje elegantemente modesto y una corbata nueva son suficientes para cautivar un auditorio en nosotros surte efecto la energía emocional de un alumno agradecido a una boleta de pagos con innumerables descuentos.


Leemos lo que podemos y cuando concurrimos a una librería nos encontramos con esa sensación infantil que provoca, el desear y no tener, el juguete nuevo. Con secreta desolación, nos resignamos con los libros viejos y usados que encontramos en lo suelos y con todo ese caudal misericordioso de la entretela armamos nuestra biblioteca. Lo mejor de la vida se nos va en las aulas pero nadie se percata de nuestros sacrificios. Y cuando menos pensamos, el estar de pie hasta las últimas consecuencias, nos provoca tormentos circulatorios. En la universidad somos como los libros abiertos: maestros que enseñan.


Como en la escala de la perfección académica el conocimiento se renueva a velocidad inimaginable estamos obligados a los estudios postgraduales y doctorales para mantener la efímera de vigencia o finalmente tentar un cargo en la estructura burocrática. Porque el tiempo implacable nos enseña que somos perecibles se nos da por investigar y escribir para mantener a flote el buen nombre y echar unas gotas de agua en el inmenso mar del conocimiento. De privaciones y necesidades apremiantes construimos el mundo. Finalmente acabamos en las interminables colas de la seguridad social, la promesa de un ascenso o consumidos por la resignación de no poder hacer realidad nuestros sueños o un viaje inesperado al extranjero.


Vía.: Miguel Gozos en el Regional de Puira. Perú

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