Una gran pedagoga
"¿Qué sentido tiene la vida si no trabajas por mejorar el mundo en el que vives?...". Tenía 93 años, había sufrido dos guerras, dos exilios, el desgarro infinito de las ausencias. Su apasionante vida ha estado siempre marcada por su vocación y por su profesión de maestra.
Desde muy pequeña, Palmira Pla Pechovierto supo que quería dedicar su vida a la enseñanza y dar todo lo que ella sabía a los demás. Ingresó en la Escuela de Magisterio de Teruel; allí terminó sus estudios de maestra, acogiéndose al Plan Profesional establecido por la República. Palmira terminó sus estudios de Magisterio en julio de 1936, coincidiendo con el comienzo de la Guerra Civil. Durante la contienda llevó a cabo un trabajo pedagógico comprometido e intenso en la zona de Aragón que quedó en territorio republicano: clases, organización de colonias escolares, etcétera. Al terminar la Guerra Civil, tuvo que huir a Francia, donde le tocó vivir la II Guerra Mundial sufriendo el drama de los campos de refugiados. Al finalizar este conflicto se marchó a Venezuela con la firme voluntad de empezar de nuevo, de no mirar atrás. Allí fundó el Instituto Calicanto con una docena de alumnos que se convertirían en varios centenares a principios de los años setenta, cuando regresó a España.
Su estilo pedagógico fue el de la Institución Libre de Enseñanza. Eso hacía que las clases fuesen distintas, porque ella cuidaba de que los maestros fuesen especiales. En sus clases del colegio venezolano se respiraba tolerancia, exigencia académica según aptitudes, se inducía a la responsabilidad individual y colectiva. Sin duda, el principio pedagógico más importante para Palmira Pla era formar al niño desde el punto de vista de la responsabilidad, lo que ella llamaba "la responsabilidad inducida".
Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español en las Cortes Constituyentes, concejal del Ayuntamiento de Benicàssim, presidenta de la fundación Adopal de la Universidad Carlos III, una fundación sostenida con el dinero que donaron Palmira Pla y Adolfo Jimeno, su marido, y que otorga anualmente unas becas que permiten seguir estudios universitarios en España a jóvenes venezolanos. Por encima de todo fue maestra. Doña Palmira era una mujer cargada de ilusión y de proyectos y se sentía feliz cuando recibía cartas de los niños del Colegio Rural Agrupado, que desde hace tres años lleva su nombre.
Durante los años de la transición democrática reingresó como maestra en Valdealgorfa (Teruel). En el tiempo que fue diputada compaginó su trabajo en el Parlamento con las visitas semanales a Valdealgorfa, donde había tenido que poner y pagar una maestra sustituta, dado que en aquel momento todavía no existía la posibilidad de acogerse a una excedencia para dedicarse a la representación política.
Una vez aprobada la Constitución, Palmira dejó el Parlamento y volvió a la enseñanza. Ejerció durante tres años en Almazora (Castellón) hasta alcanzar la edad de jubilación. Nunca ha abandonado la batalla por la calidad de la enseñanza y comentaba con gran satisfacción el haber podido lograr que algunos niños con graves dificultades sociales aprendiesen con ella contenidos imprescindibles para manejarse en la vida.
Ahora que ha muerto sabemos que su vida ha tenido un sentido pleno porque consiguió hacer del mundo un lugar mejor. Por eso hoy, junto al sentimiento de orfandad, doña Palmira nos deja su ejemplo de compromiso, de amor, de dignidad, de generosidad, de coraje y de valentía.
Su estilo pedagógico fue el de la Institución Libre de Enseñanza. Eso hacía que las clases fuesen distintas, porque ella cuidaba de que los maestros fuesen especiales. En sus clases del colegio venezolano se respiraba tolerancia, exigencia académica según aptitudes, se inducía a la responsabilidad individual y colectiva. Sin duda, el principio pedagógico más importante para Palmira Pla era formar al niño desde el punto de vista de la responsabilidad, lo que ella llamaba "la responsabilidad inducida".
Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español en las Cortes Constituyentes, concejal del Ayuntamiento de Benicàssim, presidenta de la fundación Adopal de la Universidad Carlos III, una fundación sostenida con el dinero que donaron Palmira Pla y Adolfo Jimeno, su marido, y que otorga anualmente unas becas que permiten seguir estudios universitarios en España a jóvenes venezolanos. Por encima de todo fue maestra. Doña Palmira era una mujer cargada de ilusión y de proyectos y se sentía feliz cuando recibía cartas de los niños del Colegio Rural Agrupado, que desde hace tres años lleva su nombre.
Durante los años de la transición democrática reingresó como maestra en Valdealgorfa (Teruel). En el tiempo que fue diputada compaginó su trabajo en el Parlamento con las visitas semanales a Valdealgorfa, donde había tenido que poner y pagar una maestra sustituta, dado que en aquel momento todavía no existía la posibilidad de acogerse a una excedencia para dedicarse a la representación política.
Una vez aprobada la Constitución, Palmira dejó el Parlamento y volvió a la enseñanza. Ejerció durante tres años en Almazora (Castellón) hasta alcanzar la edad de jubilación. Nunca ha abandonado la batalla por la calidad de la enseñanza y comentaba con gran satisfacción el haber podido lograr que algunos niños con graves dificultades sociales aprendiesen con ella contenidos imprescindibles para manejarse en la vida.
Ahora que ha muerto sabemos que su vida ha tenido un sentido pleno porque consiguió hacer del mundo un lugar mejor. Por eso hoy, junto al sentimiento de orfandad, doña Palmira nos deja su ejemplo de compromiso, de amor, de dignidad, de generosidad, de coraje y de valentía.
Vía: El País
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