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Las gafas rotas del profesor roto

Ha sido noticia, recientemente, en los medios de comunicación: "Paliza en un instituto de Alicante. Un chico de 15 años patea a un profesor mientras una alumna lo graba".

El suceso sobrecoge y los interrogantes se agolpan en la mente. ¿Por qué este alumno que no estaba en su centro? ¿Por qué la alumna no estaba en su clase con su grupo? ¿Por qué al intervenir el profesor de guardia que los sorprende fumando el chico reaccionó con semejante brutalidad? ¿Por qué la chica no le defendió sino que, fríamente, se puso a grabar la escena con su móvil? ¿Cómo éste no se le requisó cuando acudió la policía, para evitar que las imágenes se difundieran? ¿Accedieron los periodistas a pagar los 100 euros que los compañeros, descaradamente, en la puerta del instituto, les pedían por ellas? …

La alarma está justificada cuando algo así se produce. Los hechos conmueven por la descarnada pérdida de valores que manifiestan Es todo un símbolo de degradación moral. El síntoma de que una enfermedad social nos aqueja y que debiera movernos, de inmediato, a una profunda reflexión.

No se trata solamente, que también, de controlar el absentismo. Controlar que todos los alumnos están en su clase. Controlar los centros y sus accesos para que ni salgan ni entren los que no deben. Contar con medios de seguridad prestos a intervenir. Hacer justicia. Sancionar con medidas reeducadoras al agresor. Restañar con prontitud las heridas de la víctima. Se trata, sobretodo, de educar en valores a nuestros niños y jóvenes para que las obligaciones se cumplan, los derechos se respeten y la violencia no campe. Se trata, sobre todo de ser conscientes de que la convivencia pacífica no se produce por generación espontánea, que hay que educar en valores, consciente, programada, sistemáticamente. Con la implicación de todos: las familias, los centros educativos, los gobernantes y legisladores, los medios de comunicación, la sociedad en su conjunto. Que es una tarea ineludible, que en algún momento hemos dejado de hacer con la aplicación necesaria y por lo que ahora estamos pagando un alto precio.
De nada servirá la alarma en titulares y el escándalo social de unos días, si a continuación no nos aplicamos a la perseverante tarea que va dando sus frutos no de modo inmediato, sino de poco en poco, a medio y largo plazo.

Educar, en origen, significa conducir, llevar por el buen camino. Y eso se concreta en pautas de conducta, en normas claras, en límites precisos, en ejemplo y modelos. Pero ¿qué modelos transmitimos? ¿Qué ejemplos les damos? ¿Cuánto tiempo dedicamos a educar a nuestros hijos? ¿Qué programas se emiten y dejamos que vean en televisión? ¿Con qué videojuegos llenan sus horas de ocio? ¿Cuántos medios ponemos en la escuela para educar en estos importantísimos contenidos?

Sería necesario un pacto de compromiso social, en el que los padres nos volviéramos a "cortar" cuando están delante los niños. Jamás criticar ni descalificar en presencia de ellos al centro educativo y a sus miembros. Si lo hacemos, rompemos la confianza y el crédito que los educadores necesitan para poder intervenir.

En que los políticos volvieran al tono mesurado y al respeto en la tribuna del parlamento. En que las tertulias y debates de televisión, desterraran el grito y el insulto. En el que los medios de comunicación no dieran la información resaltando, casi siempre con trazos demasiado gruesos, lo más negativo.

Estamos tan familiarizados con los apellidos del término violencia y el contenido que expresan - violencia física, violencia verbal, violencia doméstica, violencia de género, violencia vial… - que se podría llegar a pensar, con fatalismo, que la violencia escolar es solamente una más que viene a incorporarse a la lista. Pero la escuela representa algo sagrado, templo del conocimiento y la formación, por su fin expreso de educar y transmitir los elementos y valores esenciales de nuestra cultura. El maestro representa un símbolo social revestido de autoridad por su fundamental misión encomendada de contribuir a la formación integral de la persona y de las nuevas generaciones. Por eso, y no creo que se trate sólamente de empatía corporativa, pienso que algo se ha roto. La imagen de un profesor pateado en el suelo del aula, con las gafas y el alma rotas, mientras un niño se ensaña, una niña lo graba, unos niños, en la puerta del instituto, lo ponen a la venta, unos medios de comunicación lo compran y difunden y una administración educativa dice que es un hecho aislado, indica que algo muy importante se nos ha roto. Y que es urgente, muy urgente, que entre todos lo reparemos.

Vía: Gloria Pardillos Lou. Secretaria General de FETE-UGT Aragón.

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