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Reflexiones sobre la Violencia escolar

Los fenómenos de violencia que se desarrollan en torno a los centros escolares no son en sí mismo episodios educativos; tanto en nuestro medio, o por ejemplo, en Estados Unidos –según el Centers for Disease Control (CDC); tomado de “Violence: What School Can Do”, Jill Anderson, Harvard GSE News, julio de 2011– la mayoría de comportamientos violentos entre los jóvenes se lleva a cabo fuera del aula. Pero esto no significa que las escuelas estén exentas de la cuestión de la violencia juvenil.
La violencia cotidiana es una realidad de vida de muchos niños, por lo que la escuela no puede ignorar el problema si se produce en la escuela o no.
La escuela es o debe ser la primera línea de acción ante fenómenos de violencia juvenil, y es en la escuela en donde se fortalecen las relaciones sociales y el aprendizaje para la convivencia con personas que no son familiares o vecinos. Dicho de otro modo, la escuela es el espacio ideal para conversar, tratar y buscar soluciones sobre la problemática de la violencia juvenil, o para discutir y analizar críticamente lo que consumimos a través de los medios de comunicación, TV, cine, internet, etc. (Betsy Groves, Boston Medical Center’s Child Witness to Violence).
En no pocos casos son los profesores, que pasan largas horas con los estudiantes, quienes detectan, incluso antes que sus propios padres, un problema de conducta, un trastorno o desorden proclive a la violencia, drogas, alcohol o pandillas; y son los maestros los que pueden comenzar a dialogar y tratar el tema.
En este contexto, no debemos olvidar que las causas de conducta violenta se comienzan a cosechar en una edad temprana, vinculada a la realidad familiar, a los hábitos de entretenimiento y a otras variables de la experiencia vivida en el desarrollo infantil temprano –1 a 3 años.
Debemos destacar en el análisis que los maestros pueden tomar dos actitudes: comprometerse y ayudar, o ser apáticos y sacar el problema fuera de su salón; en el primer caso no se requiere una formación especializada, sino la sensibilidad y el sentido común para escuchar, dialogar, entender los problemas y a la vez promover un rol de mediador y presentar diversos puntos de vista.
Digamos además que los problemas que están a la base de la violencia juvenil pueden ser una excelente herramienta didáctica para cumplir el objetivo macro-curricular de “enseñar y aprender a convivir”.
La enseñanza y el aprendizaje de lo académico debe integrar también la enseñanza y el aprendizaje de lo social y lo emocional, al fin y al cabo educamos para la vida; desde esta perspectiva, no podemos dejar de lado la construcción y el manejo de controversias, conflictos y dilemas en el aula para obtener soluciones creativas y colaborativas, y así trabajar en una formación axiológica con casos reales y cotidianos.
Serán los maestros quienes deben planificar actividades curriculares y extracurriculares para disminuir la violencia en torno a sus propios centros educativos: aprendizaje cooperativo para dinámicas sociales, resolución alternativa de conflictos y mediación, actividades culturales y deportivas, son algunas de las oportunidades didácticas de las que podrá tomar el maestro para cooperar en la disminución de la violencia juvenil.
El reto es complejo, y no es una tarea unilateral de la policía o la fiscalía el disminuir la violencia de los entornos escolares; obviamente los maestros necesitarán apoyo de psicólogos o trabajadores sociales, sin embargo, Jill Anderson comenta: “La escuela es una gran oportunidad para enseñar a resolver problemas; si les enseñamos a resolver complejos modelos matemáticos ¿cómo no vamos a resolver disputas sociales más sencillas?”
Vía: Oscar Picardo Joao. La Prensa Gráfica

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