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Factores del malestar docente



Entre los factores de malestar (Esteve, 1984) vamos a encontrar, en forma ordenada y por un especialista en el tema, aquellos factores que no solamente cuestionan la profesión, sino que le están pidiendo un cambio radical.
1) Factores contextuales
Al nuevo docente se le adjudican nuevas tareas que no estaban planteadas hasta la crisis actual. Por ejemplo, que socialice a los niños y adolescentes en aquellos aspectos en los que la familia ya no lo puede hacer, o competir con los medios de comunicación, como ya veíamos, en el campo de lo informativo, o redefinir valores y objetivos de la educación, o diversificar su mensaje ante una clientela socialmente diversificada.
También se les piden tareas contradictorias o paradojales: el maestro o profesor debe actuar como un amigo, pero también es un seleccionador y evaluador, o se le pide que prepare al alumno, no solo para la vida presente, sino para un futuro incierto. Esteve define el momento (Esteve, 1984: 299):
«Sin embargo, en el momento actual, nuestra sociedad tiende a establecer el status social en base al nivel de ingresos. Las ideas de saber, abnegación y vocación han caído en picada en la valoración social. Para muchos padres, el que alguien haya elegido ser profesor, no se asocia con el sentido de una vocación, más que como una coartada de su incapacidad para hacer ‘‘algo mejor’’; es decir, para dedicarse a otra cosa en la que se gane más dinero».
2) Factores de primer orden
Estos factores son aquellos que inciden directamente en la acción docente y generan tensiones negativas a la diaria tarea docente. Esteve tiene en cuenta tres: la falta de recursos, la violencia y las múltiples tareas.
Los docentes se quejan con razón cuando se los cuestiona por no renovar sus métodos. El sistema exige sin ofrecer al educador los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Estos recursos no solo implican material didáctico, sino horarios, normas, tiempo para evaluar y preparar clases o estudiar.
No es necesario hablar de la violencia que campea por nuestras instituciones, sobre todo en las de secundaria (informes de la OIT así lo destacan en todos los países). Se ha producido un aumento de la indisciplina. Algunos explican este fenómeno por el descrédito del concepto de disciplina que no ha sido sustituido por un orden más justo y participativo. Otras investigaciones lo explican como una rebelión de los más desfavorecidos ante la impotencia del encierro, el alejamiento del conocimiento impartido con su propia realidad y la creencia de que lo que aprendan en la escuela o liceo no les va a servir para su futuro.
La búsqueda de la fe perdida o la reconstrucción de la profesión
¿Qué podemos hacer para enfrentar un medio hostil? ¿Qué podemos hacer para que el ambiente de trabajo sea fuente de salud y no de tensión y malestar? ¿Qué podemos hacer para que el resto de la sociedad reconozca al colectivo como profesional?
Es evidente que para llevar a cabo una labor profesional eficiente el individuo que la lleve adelante no puede vivir en un estado de estrés continuo o frecuente. Esto produce lo contrario a lo que queremos. Por eso vamos a empezar por aquellos factores que impiden que la profesión se desarrolle normalmente.
Partamos del mismo individuo. El docente elige esta carrera como una vocación de servicio, con un alto grado de deseo de que sea una verdadera profesión. Si bien encuentra una serie de escollos para concretar esas aspiraciones, es cierto también que esa actitud es una base muy rica de recursos personales que da sentido a la vida y perspectivas de futuro para encontrar satisfacción en el trabajo. Si el docente ha elegido la carrera porque era corta, o era fácil, o era la que le quedaba más a mano, o la que pensaba le iba a dar un sueldo como para hacer otra carrera profesional va a estar en un problema serio.
Cuando la base positiva tiende a caer, por distintas razones (sociedad, institución, grupo de compañeros), existen estrategias de enfrenta-miento individual que pueden ser efectivas cuando el agotamiento provocado por su función todavía no es agudo. Tenemos que llegar a una conclusión básica; ya sea para evitar el estrés o para mejorar la profesión hay una estrategia que es inevitable, aunque difícil de aceptar: esta profesión tiene la característica de que es colectiva y participativa.
Recordemos el individualismo de antaño, que creo que hemos heredado, con la anécdota del recordado y querido prof. W. Reyes Abadie, que en el momento en que un inspector quiso entrar a su clase profirió aquella frase: «En mi clase primero Dios, luego yo». La autonomía de los docentes es principal para su profesión. Para ello es necesaria la acción colectiva (que no tiene por qué ser política partidaria) para poder formalizar una política educativa liberadora. La reunión en asambleas escolares o liceales, las coordinaciones continuas, el cambio de currículo desde las bases mismas de los docentes, la adquisición de herramientas de investigación y participación, la apertura a nuevos conocimientos, el reconocimiento de que el cambio en el conocimiento es continuo y por lo tanto la necesidad de estar estudiando e investigando la realidad son bases para esa liberación.
Creo que si queremos acompañar el cambio social (soy de los pesimistas que no creen que la educación lo puede todo) hacia planos de mayor justicia social, de que los menos favorecidos no se reproduzcan (por repetición, exclusión o expulsión) y que la sociedad uruguaya adquiera esperanzas renovadas debemos transitar por un camino muy duro y difícil. El que no haga el esfuerzo para hacer de facilitador del crecimiento de la inteligencia (en el sentido de Gardner) no es un profesional y los cuestionamientos seguirán su curso hasta límites no imaginados.
 
Autor :Prof. Mag. Jorge Rossi. Blog de praxis docente

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